Historia del Carnaval de Mazatlán, el más antiguo de México

Desde peleas con harina y huevos, hasta la elección de reinas y fastuosos desfiles por el paseo costero… la evolución de la máxima fiesta del puerto y por qué es el más antiguo de México.

 

Quizás el Carnaval surge porque es la manera en la que todos sacamos nuestros demonios de la prisión terrible del alma para poder seguir vivos y no enloquecer, en especial en los puertos tropicales…”, palabras del escritor mazatleco Juan José Rodríguez para describir el Carnaval de Mazatlán.

Hoy inicia la máxima fiesta del puerto, la que rige los tiempos de Mazatlán, no en vano se dice: “en Mazatlán el tiempo se mide por carnavales”.

El cronista Enrique Vega Ayala lo resume así: “Los del Carnaval son días de asueto. Sus noches son de juerga desde el ocaso hasta el amanecer. La fiesta transforma la calle en marea de cuerpos que caminan, se estacionan o bailan bajo la influencia de variados géneros musicales. La onda grupera, la banda sinaloense, el mariachi, ‘los chirrrines’ (conjuntos de música ranchera y norteña), la balada, el bolero y el rock conviven en una inusitada promiscuidad. Sin menospreciar géneros, los cuerpos se dejan seducir por el ritmo -erigido en dictador- y, a veces, en compañero de baile. No importa el confeti en la boca ni la harina en la cabeza, importa el estar allí, presente, sin inhibiciones, disfrutando la sensación de exceso, hasta vaciar el bolsillo o hasta agotar las energías”.

En un artículo publicado en Gatopardo, el escritor Juan José Rodríguez cuenta la historia de las festividades carnestolendas, que, dice, se remontan a un motín de una tropa realizado durante los festejos de 1827, o al menos es de lo que se tiene registro.

Pero sería hasta 1898, agrega, “cuando se crearía por primera vez un comité para darle forma y estilo a esta rabiosa terapia colectiva”.

Durante esos años previos, el Carnaval se daba sin necesidad de organizadores, comités de candidatos al reinado o patronatos”, cuenta Juan José. “Todo comenzaba y terminaba con las pedradas entre los trabajadores del Muelle contra los del Abasto. A la fecha nadie puede decirnos cómo inició esa trifulca: corría el confeti, manaban los chorros de anilina salidos de hisopos para mancharse la ropa, además de los juegos de harina, en los que ambos bandos se arrojaban unos a otros cascarones de huevo rellenos de harina, ceniza o vil tierra de panteón”.

Rememora el escritor que en el año de 1898 fue cuando la fiesta estuvo a punto de terminar en tragedia colectiva:

Los del Muelle tenían planeado dinamitar el Mercado Municipal, que entonces estaba a punto de erigirse como una joya arquitectónica, forjada en los talleres de la ya desaparecida Fundición de Sinaloa, armada con techos y rejas de hierro colado, y que entonces se llamaría Mercado Romero Rubio, en discreto homenaje al suegro de don Porfirio Díaz. Las autoridades intervinieron, y los militares y algunas personas pudientes decidieron hacer por primera vez un carnaval organizado y serio, en el que las batallas de pedradas se librarían ahora con serpentinas y pétalos de flores. Esta última propuesta no prosperó y, desde entonces, los mazatlecos arrojan cascarones de huevo rellenos de confeti directamente a la boca y ojos de quienes caminen distraídos a través del mar de gente que baila por todo el casco antiguo de la ciudad”.

Vega Ayala, en su artículo sobre la historia del Carnaval señala: “En 1898, el Carnaval pasó de ser una celebración realizada espontáneamente por los habitantes del puerto a ser una fiesta gobernada por un comité civil, una Junta, creada para este propósito. Este rasgo lo convierte en el Carnaval más antiguo del país de los que se organizan de esta manera”.

Y agrega: “El martes 22 de febrero de 1898 se abrió paso, entre la multitud arremolinada en las calles de la Plazuela Machado, la primera procesión de carros y bicicletas adornadas de esta historia. Para introducir un aire fársico al festejo, Gerardo de la Vega fue ungido rey de la locura y se realizó un concurso entre los vehículos decorados que desfilaron. Era este el primer carnaval organizado por un Comité. El juego de la harina llegaba a su fin y se daba inicio la tradición moderna del confeti y las serpentinas en las carnestolendas mazatlecas”.

El origen primero

Aunque se reconoce 1898 como el primer Carnaval de Mazatlán, dada su organización más formal, en realidad, cuenta Vega Ayala, en este puerto “el carnaval se celebra prácticamente desde la llegada de los primeros pobladores a instalarse en este territorio”.

Durante todo el siglo 19 “los mazatlecos hacían, de los días previos a la Cuaresma, una isla para poner en práctica los excesos prohibidos el resto del año; las conductas consideradas pecaminosas, las señaladas con índice de fuego salían a relucir antes de refugiarse en el marasmo de la culpa religiosa. No había autoridad que pudiera detener la celebración, si acaso conseguía minimizar los desmanes por medio de policías montados y obtenía recursos mediante el cobro de impuestos por uso de disfraz”.

El 12 de febrero de 1827, narra Vega Ayala en su artículo, se realizó en Mazatlán un “convite, mascarada, y comparsa”, en la cual participaron los soldados que vigilaban el puerto.

Esta celebración es la más antigua de la que tenemos razón y da cuenta del antiguo arraigo del carnaval en este puerto. Ese suceso está documentado en un Informe del Comandante del Escuadrón de Mazatlán, Capitán Juan Antonio Muñoz. Fue, paradójicamente, un acto de protesta de ‘la tropa para exigir el pago de sus haberes’, que degeneró en pachanga, según la descripción que el comandante Muñoz hizo llegar al jefe de la oficina de hacienda”, escribe el cronista e historiador.

Según las crónicas antiguas, el martes de carnaval un tropel de cuarenta o cincuenta mazatlecos enmascarados, vestidos con una larga túnica y ataviados con un gorro de cono, a pie o montados a pelo de burro, recorrían las calles de la ciudad en son de gresca, diciendo chistes, improvisando canciones irónicas, introduciéndose en los domicilios y llevando a feliz término las más estupendas y ruidosas payasadas a costilla de los vecinos. A su paso iban dejando una estela de harina y colorantes, embadurnando por doquier el paisaje y al paisanaje que se les atravesara en el camino. Así se daba fin y remate a la fiesta de la locura”.

Y es que durante las últimas décadas del Siglo 19, precisa, se afianzaron los conocidos como “Juegos de Harina”.

Los juegos se celebraban en sitios públicos o en tertulias privadas. En las fiestas de disfraces salían a relucir los agasajos, cascarones rellenos lo mismo de oropel picado, que de harina y sustancias colorantes. Al parecer ni las amenazas de epidemias detenían su realización, mucho menos las prohibiciones de la autoridad. Cuando por orden del ayuntamiento no podían efectuarse en los centros sociales o en las calles, los festejos se organizaban en las casas. Para entonces, el tropel original se había dividido: Para divertirse, el populacho mazatleco formaba dos bandos: los del ‘Abasto’ y los del ‘Muey’. La ciudad se partía en dos grandes facciones. Los del ‘Abasto’ controlaban de la calle del Faro (hoy 21 de marzo) a la de Tiradores (hoy Zaragoza); el terreno de los del ‘Muey’ iba de la del Faro a la Playa Sur. En carretas y carruajes cubiertos con lonas, enarbolando banderas de colores chillantes, los contendientes enmascarados incursionaban en los barrios contrarios en donde se desarrollaban singulares batallas con cascarones rellenos de harina como proyectiles”.

¿De dónde surgen los bolcheviques?

El viernes de Carnaval por la mañana, los bolcheviques salen a recorrer Mazatlán para anunciar su proclama, y en medio de gritos, música y fiesta anuncian su veredicto y “juzgan” a quien hayan elegido para quemar en la celebración del sábado conocida como La Quema del Mal Humor”.

En su artículo, Juan José Rodríguez explica el origen de estos personajes:

En los años 20, hubo en Mazatlán un grupo que fue conocido como El Club Bolchevique, que en realidad no era ningún grupo anarquista deseoso de instaurar una dictadura del proletariado en Sinaloa, sino una pandilla traviesa e irreverente que aprovechaba el Carnaval para expresar su punto de vista, más cercano a la fiesta que a Marx, Weber o el propio Vladimir Ilich Lenin. Ellos retomaron el Carnaval como inversión de los roles sociales para revelar lo vano de la sociedad real, ejercicio que ya se realizaba en Babilonia y la Francia medieval”.

Soberanas

La primera Reina del Carnaval registrada en la historia es Winnie Farmer y fue en el año de 1900.

Así lo cuenta Vega Ayala: “En 1900 hace aparición estelar la figura de la Reina en la persona de Wilfrida Farmer, limitada al papel de consorte de un rey absolutamente desquiciado -Teodoro Maldonado o Teodorico- que se obstinaba en emitir decretos y consignas poco racionales. En lo sucesivo, una pareja de paternales monarcas -elegidos a voluntad del comité organizador- adornarían y pondrían ‘sabor al caldo’ carnavalero”.

El escritor Juan José Rodríguez señala: “La primera soberana de la fiesta no fue una mazatleca de abolengo. Qué va. Ninguna de nuestras damitas se prestaría para andar con la turbamulta de borrachos escandalosos y arriesgarse a que le dieran una pedrada en la cabeza, cuando no, a ser violada por la bola de viejos degenerados. Winnie Farmer, hija de unos inmigrantes estadounidenses, fue la que se atrevió a asumir el papel de reina y desfiló a caballo como una jovial amazona que inauguró con su paso el siglo de la mujer en esta ciudad. Aunque ustedes no lo crean, que tengamos reinas del carnaval es una conquista de las primeras hembras que se rebelaron en Mazatlán y que, hoy como ayer, lograron salirse con la suya y apoderarse de un asunto que antes era dominio exclusivo de los hombres”.

Winifred Farmer, a quien de cariño apodaban Winnie, nació en Garland, Maine, en 1882, pero creció en Mazatlán, pues su padre, Federico Farmer, se estableció en Mazatlán desde 1885, donde tuvo un taller especializado en la compostura, reparación y pintura de toda clase de carruajes.

De su participación en los festejos carnavaleros de 1900 la que fuera reconocida como primera soberana recordaba con nostalgia que le confeccionaron dos trajes: el de recepción y el de montar”, narra Vega Ayala. “La modista encargada de ambos fue la señora Delfina Perla.

En los retratos de salón y en la foto del baile en el Casino aparece con el traje que, a decir de la prensa, era ‘del estilo de Catalina de Médici’. Esa misma vestimenta portó durante el paseo de recepción de los reyes y en el desfile oficial de carros adornados y comparsas del domingo de carnaval. En la foto a pie del caballo porta el de montar ‘de brocado terciopelo púrpura, con galones blancos’”.

Con Información de Noroeste

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